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Foto del escritorEric Mansilla

No. La Biblia no fue creada por una conspiración secreta


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Por cualquier conjunto de razones, existe una creencia generalizada en internet, libros populares, etc. de que el canon del Nuevo Testamento fue decidido en el Concilio de Nicea en 325 d.C., bajo la influencia conspiratoria de Constantino. El hecho de que esta afirmación se hiciera en la novela de misterio y ficción El código Da Vinci de Dan Brown, muestra cuán popular y masivo es realmente ese concepto.


El problema con esta creencia, sin embargo, es que es evidentemente falsa. Las evidencias históricas demuestran que ni el Concilio de Nicea ni mucho menos Constantino tuvieron nada que ver con la formación del canon bíblico del Nuevo Testamento.


“La iglesia no creó el canon; no determinó los libros que se llamarían ‘la Biblia’, la palabra de Dios inspirada. Al contrario, la iglesia reconoció, o descubrió, qué libros habían sido inspirados desde su comienzo. Dicho de otra manera, un libro no es ‘Palabra de Dios’ porque haya sido aceptado por el pueblo de Dios; más bien ha sido aceptado por el pueblo de Dios porque es la Palabra de Dios. Es decir, quien le da al libro su autoridad divina es Dios: el pueblo simplemente reconoce la autoridad divina que Dios le da”. Norman Geisler y William Nix (Teólogo, apologeta y filósofo | Consultor editorial y educativo) sc.

¿Conspiración?


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El código Da Vinci, película (2006)

La evidencia histórica demuestra que ya, en el siglo II, los cristianos habían comenzado a establecer los libros que deberían ser incluidos en el Nuevo Testamento. Para la Iglesia primitiva el concepto de canon no era algo complicado de entender ya que desde el mismo génesis de la Iglesia, en el ministerio de Jesús, la Iglesia tuvo un canon: el Antiguo Testamento. Tanto Jesús como sus apóstoles aceptaron el canon hebreo como la Palabra inspirada de Dios y digna de toda autoridad.


El Nuevo Testamento


Los libros del Nuevo Testamento probablemente fueron escritos entre el año 51 d.C. y hasta fines del siglo I. El reconocimiento de algunos libros vino tempranamente y, para otros, después de un largo período de tiempo que ocupó alrededor de 350 años.


En los días apostólicos los dichos de Jesús eran considerados como de igual o mayor autoridad que el Antiguo Testamento. También los apóstoles se consideraban con autoridad otorgada por el Señor para decidir sobre asuntos de la vida de la Iglesia. A medida que el cristianismo se extendía, y que los apóstoles comenzaban a morir, se hizo necesario tener un material escrito confiable para la instrucción de los nuevos creyentes y para proveer de un relato fidedigno de la vida y ministerio del Señor Jesús.


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Ministerio público de Jesús de Nazaret

Antes de que culminara el siglo I, comenzaron a aparecer ciertas tendencias heréticas, las cuales demandaron una respuesta apostólica auténtica. El Evangelio de Juan, la primera Epístola de Juan y Colosenses son fieles reflejos de la controversia provocada por la herejía gnóstica. En el 140 d.C. el hereje Marción llegó a Roma anunciando una nueva doctrina y muy pronto consiguió muchos adeptos. Rechazó de plano todo el Antiguo Testamento y formuló un canon muy reducido del Nuevo Testamento.


La herejía de Marción dio un impulso poderoso para la formación de un canon definido. El llamado Canon Muratorio (denominado según el anticuario que lo descubrió en 1740), fue la respuesta a la herejía de Marción. Fechado alrededor del año 170, este canon contiene los cuatro Evangelios, Hechos, las 13 cartas de Pablo, Judas, dos cartas de Juan y el Apocalipsis.


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Marción de Sinope

Un proceso gradual


La fijación final de lo que es ahora el Nuevo Testamento demoró mucho tiempo, en parte, a causa de la enorme dispersión y deficiente comunicación de los cristianos primitivos. Sin embargo, hacia fines del siglo II, la literatura cristiana se hacía más abundante, y surgían voces de autoridad en distintas áreas geográficas que hablaban en nombre de sus congregaciones locales, pero también de parte de la Iglesia universal, la cual daba muestras claras de una unidad consciente respecto a los libros que debían ser considerados literatura canónica.


Tres requisitos

1) El escrito tenía que tener amplia aceptación en las distintas iglesias. Tal uso confirmaba el hecho de que los libros fueron tempranamente reconocidos.

2) El valor de un libro era medido en términos de su testimonio auténtico de la vida y enseñanzas de Jesús. Tenía que tener el poder de edificar a los creyentes en la fe cristiana.

3) Debía de poseer señales claras de autoridad apostólica. Respecto a los libros no escritos por apóstoles (por ej. Marcos y Lucas), aquí la Iglesia se apoyó en el hecho de que estos hombres escribieron bajo la dirección de Pedro y Pablo, respectivamente.


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Fuente:

Pablo Hoff y David Miranda, Defensa de la fe, Editorial Mundo Hispano, 2012, pp. 47-52. CONSIGUE EL LIBRO AQUÍ



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