Esta es la séptima y última parte de María: la construcción de un mito, una miniserie sobre los puntos más importantes de la Mariología católica apostólica romana.
El siglo séptimo tuvo una importancia indiscutible para la historia de la humanidad. Mientras la zona occidental del antiguo Imperio Romano aún se hallaba fragmentada en distintos reinos gobernados por invasores bárbaros, y la parte oriental no lograba reunificar lo que antes había sido un sistema político estable y eficiente, en Arabia surgía una nueva religión: el Islam.
La expansión del islam, que en apenas unas décadas se extendía desde Gibraltar hasta Arabia Saudita, significó, entre otras cosas, el colapso de las relaciones políticas, económicas y culturales entre las zonas oriental y occidental del Mediterráneo. El área de Europa que se extiende desde Portugal hasta Italia, incluyendo España, quedó afectada. En lo que al mito de María se refiere, esto implicó una paralización de su expansión en el lado occidental de Europa. Aunque se le rendía culto y era considerada de gran importancia, su liturgia, representaciones y honra eran menores que en Oriente, donde la influencia de las diosas madres era mucho mayor.
Sin embargo, aquella situación no duraría indefinidamente. Una serie de factores distintos catapultó a millares de occidentales hacia la zona oriental del Mediterráneo —ahora dominada por el islam—, lo que reabrió los canales de comunicación, influyendo decisivamente en la configuración del mito de María.
"En la Escritura nunca se la presenta como fuente o dispensadora de gracia, sino que es ella misma la receptora de la bendición de Dios. Su Hijo, no María, es la fuente de gracia". John MacArthur
Las cruzadas
Las razones que impulsaron a Occidente a lanzar sobre el islam las expediciones militares que conocemos como cruzadas son diversas. En 1099, las tropas cruzadas recuperaron Jerusalén y otros lugares santos. Aquel momento significó para muchos el final de su aventura y el regreso a su patria. Sin embargo, algunos caballeros, conscientes de los peligros que podían avecinarse sobre las posiciones cruzadas, optaron por permanecer en Tierra Santa para defender a los peregrinos. A diferencia de otros cruzados cuyo contacto con Oriente fue breve y superficial, los pertenecientes a órdenes como los Hospitalarios y los Templarios tuvieron el tiempo y el interés de empaparse de las diversas culturas presentes en Oriente Medio.
Por un lado, absorbieron muchos elementos religiosos del paganismo oriental que, a través del islam, se habían asentado en Palestina. El ocultismo de los sufíes, la secta de los asesinos, el uso del rosario o las procesiones fueron algunos de estos aspectos.
Por otra parte, incorporaron buena parte de la veneración que las iglesias orientales mostraban hacia la figura de María. El papel de los cruzados —y especialmente el de las órdenes militares— en la expansión del mito de María no se limitó a traer a Europa un conjunto de imágenes marianas que recibirían culto. Su intervención fue más trascendental, sentando las bases para el desarrollo mariano de la Baja Edad Media y el período de la Contrarreforma.
La baja edad media
Durante los siglos finales de la Edad Media, la figura de María fue ganando progresivamente mayor importancia. El mito de María se incrementó notablemente en tres aspectos de gran trascendencia: el debate sobre su inmaculada concepción, el aumento de su papel en el esquema salvífico del catolicismo, y la denominada piedad popular.
Junto con la tesis disputada de su inmaculada concepción, se le atribuyó un rol salvador en la práctica muy superior al de Cristo. Se le consideraba una abogada tan eficaz de sus devotos que podía torcer la justicia divina y otorgar la vida eterna a personas cuya existencia estaba marcada por el pecado repetido y consciente.
Se afirmaba que María era la "escalera santa" de ascenso al cielo, y a través de su presencia en santuarios, medallas e imágenes, los fieles creían que tenían asegurada una buena muerte y una vida eterna imposible de perder. Cuando se revisa el conjunto de poderes y características atribuidas a María durante la Baja Edad Media, se hace evidente que el personaje iba absorbiendo cualidades que en la Biblia estaban relacionadas exclusivamente con Cristo. En otras palabras, en el seno del catolicismo —y de las iglesias orientales— Dios estaba siendo desplazado, quizá de manera inconsciente pero innegable, por el mito de María.
Ciertamente, no fue esta la postura del cristianismo primitivo. El desarrollo del mito de María durante la Baja Edad Media constituyó, en muchos aspectos, un nuevo evangelio de salvación basado en la creencia en su poder salvador y la realización de rituales relacionados con ella, dejando de lado la enseñanza neotestamentaria que señala que la salvación solo puede recibirse mediante la fe en el sacrificio de Cristo (Romanos 5:1; Gálatas 2:16-17; 3:11; Efesios 2:8-9, etc.).
La fidelidad ritual a María se consideraba suficiente para obtener la salvación. Al mismo tiempo, la necesidad de santidad posterior a la conversión, según el Nuevo Testamento (Efesios 2:10), fue sustituida por la práctica de rituales relacionados con María, aunque estos no estuvieran acompañados por una vida conforme a los principios del evangelio.
Conclusión
El proceso de degradación experimentado por la Iglesia medieval terminó provocando un conjunto de reacciones conocidas como la Reforma, cuyo objetivo principal era recentrar el cristianismo en torno a tres pilares: «Solo Cristo», «Solo por la fe» y «Solo la Escritura». La respuesta católica a este fenómeno espiritual es lo que conocemos como Contrarreforma, y aunque intentó corregir algunos abusos morales, en esencia constituyó un esfuerzo por consolidar el desarrollo teológico católico de la Edad Media. En el caso del mito de María, la Contrarreforma no solo consagró las prácticas y doctrinas marianas, sino que también impulsó su avance en tres áreas concretas: el culto a María a través de las imágenes, la imposición gradual de la doctrina de la inmaculada concepción, y la asociación de María con la obra de Cristo en la cruz como corredentora. Estos últimos aspectos, aunque con precedentes en la Baja Edad Media, no serían consagrados como dogmas hasta la Edad Contemporánea, pero su impulso definitivo surgió durante la Contrarreforma.
Fuentes:
César Vidal, El mito de María, Editorial Chick, 1995, pp. 98- 138.
John MacArthur, La verdad acerca de María, Teología sana, 22 Enero 2023.
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